A 11 años de la muerte de Steve Jobs: el día que se despidió de Apple, su primer millón y el mensaje final

Menos de dos meses antes de fallecer, el ejecutivo renunció a la empresa que había fundado en un garage en 1976. Un 5 de octubre, 42 días después, fallecía de cáncer de páncreas en su casa rodeado de su familia
miércoles, 5 de octubre de 2022 · 11:59

“Siempre dije que si llegaba el día en que ya no pudiera cumplir con mis deberes y expectativas como CEO de Apple, sería el primero en hacérselos saber. Desafortunadamente, ese día ha llegado”, decía la breve nota en la que Steve Jobs renunciaba formalmente a la dirección ejecutiva de la compañía que había fundado en un garage californiano en abril de 1976 junto a su amigo Steve Wozniak y su ex compañero de trabajo en Atari Ron Wayne, sin saber que también estaba plantando la bandera de lo que sería Sillicon Valley.

Esto ocurrió el 24 de agosto de 2011. Menos de dos meses después, un 5 de octubre de hace 11 años, el creador de Apple moría de cáncer de páncreas a los 56 años.

El origen de Apple

La travesía había comenzado en realidad exactamente cuarenta años antes, en 1971, cuando Jobs tenía sólo 15 y Woz, de 21, comenzó a apadrinarlo en sus proyectos de electrónica. Por entonces ya dibujaban en papel los primeros prototipos de una computadora personal.

“Siempre que lo evalúen conveniente, me gustaría quedar a cargo de la presidencia del Directorio y seguir desempeñándome como empleado de Apple”, continuaba Jobs en su carta, que aunque no era una sorpresa, sacudió a los mercados.

Aunque se encontraba de licencia médica hacía más de siete meses y desde que trascendió por primera vez que padecía cáncer de páncreas, en 2004, las versiones sobre el agravamiento de su salud habían llegado incluso a darlo por muerto, el anuncio de su decisión de encarar un plan de sucesión corporativa hizo caer las acciones y títulos de Apple un 7% en la bolsa de de Nueva York y un 4,1% en la bolsa de Frankfurt.

El comunicado, que firmaba simplemente como “Steve”, señalaba a Tim Cook como el nuevo CEO y aseguraba que creía que los tiempos de mayor innovación de la compañía todavía estaban por venir y que él esperaba verlos y poder contribuir a ese éxito desde su nuevo rol. Sin embargo, el último párrafo no ocultaba el tono de despedida inminente: “En Apple hice algunos de los mejores amigos de mi vida, les agradezco por haberme dejado trabajar con ustedes durante todos estos años”.

En un garage californiano, en abril de 1976, Jobs fundó la compañía junto a su amigo Steve Wozniak (REUTERS/Kimberly White)

Para algunos Jobs no había sido el mejor jefe ni el mejor compañero. Tampoco había sido el mejor padre. Pero sabían que su legado era insustituible, y haber trabajado a su lado, un verdadero privilegio. Ese hombre era tan icónico de Silicon Valley y de la innovación como el logo de la manzana que se convirtió en el sello aspiracional de sus productos.

El origen de Steve

Había nacido el 24 de febrero de 1955 en San Francisco. Sus padres biológicos, Abdul Fattah Jandali, un rico y destacado politólogo de origen sirio, y Joanne Carole Schieble Simpson, terapeuta del lenguaje, se conocieron cuando eran estudiantes en la Universidad de Wisconsin. La familia de ella, católica y muy conservadora, no admitía la relación, y mucho menos un hijo extramatrimonial, por lo que cuando quedó embarazada de Steve ni siquiera se lo dijo a Jandali.

Tuvo a su bebé sin que nadie lo supiera y lo dio en adopción a Paul y Clara Jobs. Él era mecánico, ella tenía un negocio modesto, ninguno era profesional.

Steve y su padre biológico, Abdul Fattah Jandali, un rico y destacado politólogo de origen sirio

El creador de Apple lo contó en su célebre discurso ante los graduados de Stanford, en 2005. Ya sabía entonces que estaba enfermo y sus palabras quedarían para siempre como un testimonio sobre el valor de la educación, pero también de las muchas formas del amor, la fe y los caminos que traza el destino para cada uno de nosotros.

“Mi madre biológica era muy joven y sentía con fuerza que yo debía ser criado por universitarios, por lo que todo estaba arreglado para que yo fuera adoptado al nacer por un abogado y su mujer. Salvo porque, en el minuto en que llegué al mundo, se dieron cuenta de que en realidad preferían una beba –relató entonces–. Así, mis padres que estaban en una lista de espera, recibieron una llamada en medio de la noche para avisarles que había un bebé varón. Pero cuando mi madre biológica se enteró de que mi mamá nunca había ido a la facultad y mi papá no había terminado la secundaria, se negó a firmar los papeles de adopción”.

Los Jobs tuvieron que comprometerse a enviar a su hijo a la Universidad para que Schieble aceptara, aunque, “al conectar los puntos” – diría el hombre que cambió algunos de los detalles más básicos de nuestras vidas y que sería considerado hasta su muerte el ejecutivo más valioso del planeta–, una línea imaginaria parecía unir ese instante al momento en que, diecisiete años más tarde, decidió dejar sus estudios en Reed College, en cuya matrícula sus padres sus padres estaban invirtiendo todos sus ahorros. “No tenía idea de lo que quería hacer con mi vida, ni de cómo la Universidad podía ayudarme a decidirlo. Y la verdad es que nunca me gradué, y fue una de las mejores decisiones que tomé en mi vida”, dijo Jobs aquella tarde.

La razón era sencilla: en el momento en que abandonó sus estudios formales, pudo empezar a tomar sólo las clases que le interesaban. Fue en Reed, por ejemplo, donde se anotó en los cursos de caligrafía Serif y el espaciado entre caracteres que una década después sería clave en el diseño de la tipografía de la Mac. ”Y como Windows copió lo que hicimos, tal vez ninguna computadora personal tendría esta tipografía maravillosa de no ser porque yo dejé la Universidad –dijo sin ironía–. Siempre tenemos que confiar en algo: tu instinto, el destino, la vida, el karma. Lo que sea”.

El fundador de Apple dio un recordado discurso ante los graduados de Stanford, en 2005

Steve creció admirando a su padre mecánico. “Sabía cómo construir cualquier cosa, lo que necesitábamos, lo hacía. Cuando construyó nuestro cerco, me dio un martillo para que trabajara con él… Yo no tenía un interés particular por arreglar autos, pero sí por pasar tiempo con mi papá”.

Su historia parece responder a cada paso a la vieja pregunta sobre si lo que más influye en el desarrollo de las capacidades humanas es la naturaleza o la cultura: a las aptitudes innatas que Jobs traía en su ADN –y que muchos ven corroborarse por la exitosa carrera de Mona Simpson, su hermana biológica escritora, nacida después de que Jandali y Schieble se casaron, una vez que el padre de ella murió–, se sumó una crianza amorosa que estimuló y alentó su curiosidad.

El primer millón de Steve

“Tuve suerte en encontrar lo que amaba hacer muy pronto en la vida –dijo en Stanford el magnate que logró su primer millón a los 23 años y a los 25 ya tenía USD 250 millones–. Woz y yo empezamos con Apple en el garage de mis padres cuando yo tenía 20 años. Trabajamos duro, y una década después, Apple había pasado de ser sólo nosotros dos en un garage a una compañía de USD 2.000 millones con más de 400 empleados. Yo tenía 30 años y acabábamos de lanzar nuestra mejor creación, la Macintosh. Y entonces, me despidieron”.

¿Cómo pueden despedirte de la empresa que creaste?, se pregunta entonces Jobs ante una audiencia extasiada en el discurso que hasta hoy tiene más de 38 millones de reproducciones en YouTube.

El genio informático había contratado unos años antes al presidente de Pepsi, John Sculley para que asumiera como su CEO. Le tomó un tiempo convencerlo, pero su lógica fue implacable: “¿Vas a pasar el resto de tu vida vendiendo agua con azúcar, o querés tener una chance de cambiar el mundo?”.

Pero lo que empezó como una relación idílica, terminó en traición. Sculley puso al directorio contra Jobs y lo apartó del equipo a cargo del producto estrella, la Macintosh.

John Sculley, a quien Jobs contrató para que asumiera como su CEO

“Lo que había sido el foco de toda mi vida adulta desapareció, y eso fue devastador. Me convertí en un fracaso público, pensé incluso en irme de Sillicon Valley. Hasta que entendí que todavía amaba lo que hacía. Había sido rechazado, pero todavía estaba enamorado. Y decidí empezar de nuevo”, cuenta él mismo en el épico discurso de 2005.

Su renuncia a Apple en 1985 marcó también una oportunidad para volver a empezar en lo personal. Chrisann Brennan escribe en La mordida de la manzana, el libro en el que narra sus memorias junto a Jobs, con el que tuvo a su hija Lisa en 1978, que él se negó a reconocer durante años –incluso cuando ya era millonario y Brennan limpiaba casas para mantenerla–, que después de que fue despedido de su propia empresa, le “pidió disculpas muchas veces por su comportamiento” para con ella y con su primogénita.

También asegura que, sólo entonces, “admitió que nunca había asumido su responsabilidad cuando debió hacerlo, y que lo sentía”. Recién entonces comenzó a vincularse con Lisa y, cuando la hoy escritora tuvo nueve años, hizo los trámites legales para que cambiara su nombre por Lisa Brennan-Jobs. Sin embargo, Lisa contaría más tarde que la tensión entre ellos se mantuvo hasta los últimos días de su padre, que aunque la quería no se ahorraba con su hija mayor ciertos maltratos, como decirle que olía mal o que no le iba a dejar nada.

En esos años, Jobs perdió además a su madre biológica, por lo que se sintió libre de buscar a Joanne Schieble y comenzar también una relación con ella y con su hermana, Mona Simpson, con quien estuvo unido hasta el final de sus días.

Según Brennan, Mona fue una pieza fundamental para reparar la relación entre su hermano y Lisa. Cuando en 1989, durante otra lectura en Stanford, Steve conoció a Lauren Powell, terminó de armar la base de apoyo familiar que lo acompañaría en sus momentos más difíciles. Se casaron en una ceremonia budista en marzo de 1991 y tuvieron tres hijos: Reed, Erin y Eve.

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